Los Curie y el descubrimiento del Radio y Polonio
QUÍMICA
7/18/20253 min read
En 1896, Henri Becquerel descubrió que algunas sales de uranio emitían una radiación misteriosa que parecía surgir de la nada. Ese fenómeno, al que hoy llamamos radiactividad, captó de inmediato la atención de una joven científica brillante: Marie Curie.
Marie, nacida en Polonia bajo el nombre de Maria Sklodowska, se encontraba en París estudiando física y matemáticas. En el laboratorio conoció a Pierre Curie, un físico ya reconocido por su trabajo en magnetismo. No tardaron en enamorarse y formar no solo una familia, sino también una de las colaboraciones científicas más célebres de la historia.
Ambos decidieron investigar el enigmático fenómeno descubierto por Becquerel. Marie comenzó a estudiar otros minerales, preguntándose si el uranio era el único elemento capaz de emitir esa radiación invisible. Muy pronto, descubrió que la pechblenda (hoy llamada uraninita), un mineral muy rico en uranio, era mucho más radiactiva de lo que podía explicarse por el uranio que contenía.
La única explicación era que debía contener otros elementos aún más radiactivos que el uranio, hasta entonces desconocidos. Pero si así era, la cantidad debía de ser extremadamente pequeña, ya que los Curie fueron incapaces de detectarla por los procedimientos corrientes de análisis químicos. Así que decidieron que debían reunir grandes cantidades, de la mena para conseguir una cantidad apreciable de aquellas trazas de mineral, con el fin de examinarlas. Consiguieron varias toneladas de mena de unas minas de Bohemia; el Gobierno austriaco no tenía ningún destino que darles y quedó agradecido por desprenderse de ellas, dado que los Curie pagaban el transporte. Esto representó el objetivo de toda su vida. Instalaron un almacén en un pequeño cobertizo sin calefacción y comenzaron a trabajar con sus montañas y montañas de mena de uranio. Año tras año, fueron concentrando la radiactividad, apartando el material inactivo y continuando sus trabajos con el activo. (Durante este tiempo tuvieron a su hija Irene Curie, que más tarde también se convirtió en una prestigiosa científica.)
En julio de 1898, tras analizar toneladas de minerales de uraninita, los Curie anunciaron el descubrimiento de un nuevo elemento, una pizca de un polvo blanco, que era cuatrocientas veces más radiactivo que la misma cantidad de uranio puro. Lo llamaron polonio, en homenaje a la tierra natal de Marie, entonces bajo dominio ruso. Pero la investigación no se detuvo ahí, este elemento no era el causante de toda aquella radiactividad. Un elemento aún más activo debía ocultarse en su mena
Continuaron procesando uraninita, extrayendo y analizando compuestos uno tras otro, en condiciones que nos asustarían ahora con el conocimiento que tenemos de la radiactividad. En diciembre del mismo año, lograron aislar un segundo elemento aún más radiactivo: lo llamaron radio, del latín radius, que significa “rayo”, en referencia a la poderosa radiación que emitía.
El proceso fue extremadamente laborioso. Para obtener una ínfima cantidad de radio puro, los Curie tuvieron que procesar más de 8 toneladas de la mena en un cobertizo mal ventilado del Instituto de Física de París. El trabajo era físico, químico… y peligroso. En una época en la que aún se desconocían los efectos biológicos de la radiactividad, los Curie manipulaban sin protección sustancias que hoy consideraríamos altamente peligrosas.
A pesar de las dificultades, el descubrimiento del polonio y el radio no solo dio un enorme impulso a la física nuclear, sino también a la medicina, al abrir paso a la radioterapia. Por sus aportes, Marie y Pierre Curie compartieron el Premio Nobel de Física en 1903 con Becquerel. Años después, Marie Curie recibiría un segundo Nobel, esta vez en Química, en 1911, por el aislamiento del radio y sus estudios sobre la radiactividad.
Pierre murió en 1906 en un accidente de tráfico, y Marie en 1934, probablemente por una anemia aplásica derivada de la radiación. Su cuaderno de laboratorio aún hoy permanece guardado en una caja de plomo por su radiactividad residual.